La secularización de nuestra "espiritualidad". Enero 08

La Biblia, devocionales.

 … las faltas cometidas en todas las cosas santas…

Éxodo 28:38  

¡Qué gran velo es levantado con estas palabras, y qué gran declaración encontramos aquí! Será aleccionador y provechoso que hagamos una pausa y observemos esta triste visión. Las iniquidades de nuestra adoración pública, con su hipocresía, formalidad, tibieza, irreverencia, corazón errante y olvido del Señor, ¡qué medida completa tenemos ahí! Nuestro trabajo para el Señor, con su fingimiento, egoísmo, descuido, negligencia, incredulidad, ¡qué enormidad de profanaciones encontramos allí! Nuestros devocionales individuales, con su laxitud, frialdad, apatía, somnolencia y vanidad, ¡qué montaña de tierra árida revela! Si miramos con más cuidado, deberíamos descubrir que esa iniquidad es mucho mayor de lo que aparenta a simple vista.

El Dr. Payson (predicador norteamericano del siglo XVIII), escribiendo a su hermano, dice: «Mi congregación, así como mi corazón, se asemejan mucho al huerto del perezoso. Y lo que es peor, creo que muchos de mis deseos de mejorar vienen del orgullo, la vanidad o la indolencia. Miro las malezas que se extienden por mi huerto y exhalo un deseo sincero de que sean erradicadas. Pero ¿por qué? ¿Qué mueve ese anhelo? Tal vez lo que deseo es poder salir y decirme a mí mismo: “¡Qué bien cuidado está mi huerto!”. Esto es orgullo. O quizá sean mis vecinos los que miren por encima de la cerca y digan: “¡Qué bien florece tu jardín!”. Esto es vanidad. O tal vez deseo la destrucción de las malezas porque estoy cansado de quitarlas. Esto es indolencia».

Así, pues, aun nuestros deseos de santidad pueden ser contaminados por motivaciones viles. Los gusanos se esconden bajo los prados más verdes; no necesitamos buscar mucho para descubrirlos. Cómo me anima la idea de que, cuando el sumo sacerdote cargaba sobre sí la iniquidad de las cosas santas, llevaba en su frente las palabras: «Santidad al Señor». E incluso cuando Jesús carga nuestro pecado, no presenta ante su Padre nuestra vileza, sino su propia santidad. ¡Oh, que, por gracia, veamos a nuestro Sumo Sacerdote con los ojos de la fe!


Charles Spurgeon.


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