Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.
Génesis 1:4
La luz bien podía ser buena, dado que surgió de aquella declaración de bondad: «sea la luz». Nosotros, que la disfrutamos, deberíamos ser más agradecidos por ella de lo que lo somos, y ver más de Dios en y a través de ella.
Aunque haya una cosa buena en el mundo, una separación es necesaria. La luz y la oscuridad no tienen comunión; Dios las separó, no las confundamos. Los hijos de la luz no deben tener comunión con las obras, las doctrinas o los engaños de las tinieblas. Los hijos del día deben ser sobrios, honestos y valientes en la obra de su Señor, dejando las obras de la oscuridad para aquellos que morarán en ella para siempre. Nuestras iglesias, por disciplina, deberían separar la luz de las tinieblas; y nosotros, por nuestra distintiva separación del mundo, deberíamos hacer lo mismo. Al juzgar, al actuar, al escuchar, al enseñar, al buscar compañías, debemos discernir entre lo precioso y lo vil, y mantener la gran distinción que el Señor hizo en el primer día del mundo. Oh, Señor Jesús, sé nuestra luz a lo largo de todo este día, pues tu luz es la luz que alumbra a los hombres.
Charles Spurgeon.
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