2 Samuel 7:25
Las promesas de Dios no deben ser dejadas de lado como papel viejo; están destinadas a ser usadas. El oro de Dios no es el dinero del avaro, sino que ha sido acuñado para negociar. Nada agrada más a nuestro Señor que ver sus promesas en circulación. Ama ver a sus hijos llevándolas ante Él y diciendo: «Señor, haz conforme a lo que has dicho». Glorificamos a Dios cuando rogamos por sus promesas. ¿Crees que Dios se volvería más pobre por darte las riquezas que te prometió? ¿Piensas que será menos santo si te da su santidad? ¿Imaginas que será menos puro al lavarte de tus pecados? Él dijo: «Venid luego […] y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana».
Nuestro Banquero celestial se deleita en poner en efectivo sus billetes. No dejes nunca que la promesa se corroa. Saca la palabra de la promesa de su vaina y úsala con santa vehemencia. No creas que molestarás a Dios, que serás inoportuno cuando le recuerdes sus promesas. Él ama escuchar el clamor de las almas necesitadas. Para Él, es un placer conceder favores. Él está más pronto para oír que tú para pedir. El sol no se cansa de brillar ni la fuente de verter agua. Es parte de la naturaleza de Dios cumplir sus promesas; por lo tanto, ve ya mismo al trono y di: «Haz conforme a lo que has dicho».
Charles Spurgeon.
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