Hebreos 4:9
¡Cuán diferente será el estado del cristiano en el cielo comparado con lo que es aquí! Aquí, se nace para trabajar y sufrir, pero en la tierra de la inmortalidad, la fatiga se desconoce por completo. Ansioso por servir a su Señor, el cristiano descubre que su fuerza no es igual que su celo. Su clamor constante es: «¡Ayúdame a servirte, oh, mi Dios!». Si es muy activo, tendrá mucho trabajo; no demasiado para lo que desea, pero más que suficiente para su capacidad. Entonces, exclamará: «No estoy cansado del trabajo, sino que estoy cansado en él». ¡Ah, cristiano, el ardiente día de cansancio no dura para siempre; el sol se acerca al horizonte! Saldrá de nuevo con un amanecer más brillante de lo que jamás has visto en la tierra donde sirves a Dios día y noche; y aun así, descansarás de tus trabajos.
Aquí, mis mejores alegrías traen la palabra «mortal» escrita en sus frentes, mis preciosas flores se marchitan, mis delicados vasos se desgastan, mis aves más dulces caen ante las flechas de la muerte, mis días más placenteros son oscurecidos en noches y las mareas abundantes de mi felicidad se hunden en corrientes de tristeza. Pero allí, todo es inmortal; el arpa permanece sin oxidarse, la corona de laureles no se seca, el ojo no pierde su brillo, la voz continúa firme, el corazón no se altera y el ser inmortal es totalmente absorbido en un placer infinito. ¡Día feliz! ¡Feliz!, cuando la mortalidad sea absorbida por la vida y el eterno día de reposo comience.
Charles Spurgeon.
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