“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino: mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”.
Isaías 53:6
Aquí tenemos una confesión de pecado que es común a todos los elegidos de Dios. Ellos han caído y, por lo tanto, dicen al unísono desde el primero que entró en el cielo hasta el último que entrará allá: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas”. La confesión, aparte de ser unánime, es también especial y particular: “cada cual se apartó por su camino”. Hay una pecaminosidad peculiar en cuanto a cada uno de los individuos. Todos son pecadores, pero cada uno con un agravante no hallado en su prójimo.
Ellos están con sus armas rotas en pedazos y claman: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino”. Sin embargo, no oímos dolorosos lamentos acompañando a esta confesión de pecados; al contrario, la próxima sentencia hace de ella casi un canto: “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”. Esta es de las tres la sentencia más penosa, pero rebosa de animación. Extraña cosa es esta: que donde estaba concentrada la miseria reinó la merced; donde el dolor alcanzó su clímax, las almas fatigadas hallaron descanso. El Salvador herido es la medicina de los corazones heridos. Ve cómo el más profundo arrepentimiento da lugar a una segura confianza, simplemente por mirar a Cristo en la cruz.
Charles Spurgeon.
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