(Santiago 2:10)
La ley moral no considera nuestras debilidades como seres humanos. De hecho, no tiene en cuenta nuestra herencia pecaminosa ni nuestras flaquezas, pero sà exige que seamos completamente rectos. La ley moral nunca cambia, ni por lo más noble del hombre ni por lo más débil. Es permanente y eternamente la misma. La ley moral que Dios ha ordenado no se vuelve débil para el débil, disculpando sus faltas; permanece intacta por todo el tiempo y la eternidad. Si no la percibimos asÃ, es porque estamos más muertos que vivos. Sin embargo, en el momento en que lo entendemos nuestra vida se vuelve una tragedia.
Nosotros sólo nos damos cuenta del poder de la ley moral cuando vemos que tiene una condición y una promesa. Pero Dios nunca nos obliga. Algunas veces quisiéramos que nos obligara a ser obedientes y otras que nos dejara tranquilos. Siempre que la voluntad de Dios prevalece, Él quita todas las presiones, y cuando deliberadamente elegimos obedecerlo, no escatima la estrella más remota y da hasta el último grano de arena para que nos ayuden con toda la omnipotencia de Él.
Oswald Chambers.
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